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PSICONUTRICIÓN, COMER SIN HAMBRE

Muchas veces, comemos por impulso, sin preguntarnos si realmente tenemos hambre. esta conducta, no solo puede responder a problemas emocionales, sino que puede acrecentarlos, debido a la posterior sensación de culpa… y además, fomenta el aumento de peso. para recuperar una buena relación con la comida es importante aprender a comer de forma consciente, un concepto del que se está oyendo mucho hablar últimamente y que consiste, no sólo en elegir aquellos alimentos más saludables, sino también en convertir la hora de la comida en un momento de tranquilidad y descanso. LAURA MARGALL BUXEDA. Dietista-Nutricionista. Máster en Estética Integral y Salud.

 

En la sociedad que vivimos y con el ritmo de vida que llevamos, parece que la alimentación vaya incluida en nuestro calendario de tareas. Vamos con la agenda tan definida que, a veces, comemos porque toca comer sin ni siquiera preguntarnos si tenemos hambre. No hay que olvidar que una relación sana con la comida nos va a ayudar a rendir mejor durante el día, propiciar el buen descanso nocturno, mantenernos activos y con un aspecto saludable. Pero ¿qué pasa cuando la comida pasa a controlar nuestro día a día? Que nosotros perdemos el control hacia ella y ella nos domina: en momentos de tristeza, aburrimiento, frustración, nerviosismo, si no tenemos una buena relación con la comida podemos recurrir a ella como “hambre emocional” y a la larga podemos salir perjudicados (aumento de peso, colesterol, triglicéridos, diabetes,…). Para identificar si tenemos hambre emocional es importante tomar conciencia del momento; eso nos va a ayudar a contextualizar el hambre; e identificar si es emocional o fisiológica.

 

El «hambre emocional» aparece de forma precipitada o urgente, exigiendo ser satisfecha de manera inmediata mediante la ingesta de determinados alimentos. Muchas veces, incluso, aún con la sensación de saciedad o con malestar físico se podría seguir comiendo. Este «hambre emocional», aparte, es fácil de identificar porque no genera la demanda de productos saludables como unas manzanas o un puñado de frutos secos, sino todo lo contrario; genera la necesidad de consumir alimentos dulces, salados, con mucha grasa y alto contenido calórico; alimentos que estimulan la liberación de sustancias químicas cerebrales catalogadas como sustancias «de placer», como por ejemplo, serotonina, provocando así una disminución tensional. 

 

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